El dióxido de carbono emitido por los humanos tiene dos fuente principales: los combustibles fósiles y los procesos industriales, responsables del 65% del calentamiento global según la Agencia de Protección Ambiental de EEUU (EPA); y la deforestación y los usos del suelo, a los que corresponde otro 11%. Pese a lo mucho que están avanzando las energías renovables en todo el globo, los combustibles fósiles (gas natural, petróelo y carbón) siguen aportando la mayor parte de la energía que empleamos para alimentar nuestras industrias, viviendas y modos de transporte. Tanto es así, que todavía más del 85% de la energía consumida en el mundo procede de combustibles fósiles.
La actividad agrícola industrial contibuye también de manera notable al calentamiento global, al requerir el uso masivo de fertilizantes y biocidas. Además, los vehículos y la maquinaria empleados para la siembra, cosecha, transporte, procesamiento y almacenamiento de la producción agrícola utilizan, a día de hoy, casi exclusivamente, combustibles fósiles. A ello hay que añadir la deforestación inducida por las actividades humanas (tala de árboles, eliminación de los bosques para dar otro uso a los terrenos, crecimiento urbano, etc.) y el propio cambio climático, que es, a la vez, causa y consecuencia de la deforestación.
Según el informe de 2020 "El Estado de los Bosques del Mundo", elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la superficie de bosques primarios en todo el mundo ha disminuido en más de 80 millones de hectáreas desde 1990. El precio que estamos pagando por ello es la pérdida masiva de biodiversidad –de la que depende nuestra salud y bienestar– y la disminución de la capacidad de absorción de CO2 del planeta.
Las emisiones de metano (CH4) son todavía más nocivas que las de CO2 a corto plazo. Aunque la vida de este gas (presente en el gas natural hasta en en 97%) es más corta que la del dióxido de carbono, en un lapso de cien años tiene un potencial de calentamiento global 28 veces superior a la del CO2; en una escala de 20 años, es 84 veces más potente. El metano es, además, un gas extremadamente volátil, por lo que existe un riesgo alto de que se escape de las tuberías y de las instalaciones que extraen hidrocarburos.
El sector agrícola también es una fuente importante de emisiones de metano, junto con la ganadería intensiva y los vertederos. A ello hay que añadir que el calentamiento global provoca que se esté descongelando el permafrost en Siberia y Alaska; una capa de terreno helado que ha mantenido bajo el suelo, durante siglos, inmensas cantidades de metano y que ahora se libera a la atmósfera al derretirse el hielo, lo que no hace sino retroalimentar la subida de las temperaturas y el cambio climático. El metano contribuye con un 16%.
El óxido nitroso (N2O) es otro gas con potente efecto invernadero. Retiene alrededor de 300 veces más calor que el dióxido de carbono y permanece en la atmósfera más de 100 años. La quema de combustibles fósiles y el creciente uso de fertilizantes nitrogenados en la producción de alimentos en todo el mundo son las principales causas del aumentando de las concentraciones atmosféricas de este gas, responsable del efcto invernadero en un 6%. Un estudio de la Universidad de East Anglia, publicado en Nature, alerta de que el N2O ha aumentado un 20% desde los niveles preindustriales, especialmente en los últimos 50 años.
Tres gases fluorados – hidrofluorocarbonos (HFCs), perfluorocarbonos (PFCs) y hexafluoruro de azufre (SF6)– completan la lista de los grandes inductores antropocéntricos del calentamiento global. Se trata de compuestos químicos artificiales que se encuentran presentes en pequeñas concentraciones en la atmósfera, pero con un efecto invernadero hasta 15.000 veces superior a una molécula de CO2. Además, duran mucho tiempo, en el caso del SF6 más de 3.000 años.
Los HFCs, PFCs y SF6 empezaron a utilizarse hace años como sustitutos de los gases que destruyen la capa de ozono –clorofluorocarbonos (CFCs) e hidrofluoroclorocarbonos (HCFCs)– en aplicaciones como sistemas de refrigeración industriales y aparatos de aire acondicionado domésticos, aerosoles, aislantes eléctricos o en la producción de aluminio, entre otros. Pero como se ha visto, el remedio ha sido peor que la enfermedad. Ya existen alternativas naturales a los refrigerantes fluorados, cuyo uso está cada vez más restringido en Europa. Pero los científicos del Panel Intergubenamental del Cambio Climático (IPCC) piden su reducción total a cero. Cuanto antes mejor, advierten, si queremos contener a tiempo el calentamiento global.
Hasta el momento, en la COP26 se han alcanzado acuerdos para reducir las emsiones de metano en un 30% para 2030, revertir la deforestación para ese mismo año, aumentar el uso de las energías renovables y eliminar gradualmente las centrales eléctricas que usan carbón. Pero son del todo insuficientes para limitar la subida a 1,5ºC. Segñun Selwin Hart, asesor especial del secretario general de la ONU en materia de acción climática, basándonos en las contribuciones determinadas a nivel nacional que se han presentado hasta el momento, el mundo se encuentra en una trayectoria hacia los 2,7ºC grados para el final de siglo.