En contra de lo que uno esperaba, la Comisión de Expertos para la Transición Energética ha dado a luz un documento, de nada menos que 500 páginas, que ha contado con la aprobación de once de ellos y la abstención de los otros tres. Como esperaba (lamentablemente en esto he acertado el pronóstico) el contenido habrá satisfecho sin duda al Ministro de Energía, Álvaro Nadal, pues sin darle la razón al cien por cien en sus planteamientos retrógrados coincide en lo esencial: esto de la transición vamos a dejarlo para más adelante y de momento hacemos el paripé.
No hay más que comprobar la nula ambición de los objetivos propuestos para 2030. Esa fecha, a mi entender, es la clave para saber si nos hemos tomado en serio lo de cambiar el modelo energético. Visto lo visto, definitivamente podemos afirmar que no nos lo hemos tomado en serio. Decimos que sí, que tenemos un problema con el cambio climático, con nuestra dependencia, con la contaminación, pero seguimos actuando igual.
Apostar (“apostar” no es el término más adecuado) por un 29,7% de renovables en el consumo final de energía para el final de la próxima década es, como he señalado en el algún otro artículo, un escenario continuista, tendencial, haya ley de cambio climático y aunque siga Nadal al frente de la política energética hasta entonces; incluso en esas circunstancias llegaríamos a una aportación de la renovables de esa magnitud. Esta aportación de las renovables va a seguir creciendo por precio, por seguridad de suministro, por razones socioeconómicas y, dentro de poco, por exigencia social.
El problema (al menos de una primera lectura del resumen ejecutivo así se deduce) es que los expertos no han priorizado la gestión de la demanda, contemplan solo escenarios conservadores en los que “no hay cambio de comportamiento” y se centran fundamentalmente en hacer números cambiando unas tecnologías por otras, eso sí amenazando de graves incrementos del precio de la electricidad (2.000 o 3.000 M€ año) si alguien tiene la fatídica idea de prescindir de la energía nuclear, tecnología a la que prorrogan la vida de sus centrales más allá de los 40 años para los que fueron concebidas.
Y el problema —insisto, el problema—, lo venimos diciendo desde hace muchos años y nos lo recuerda la Fundación Renovables cada dos por tres, es que no se trata de un cambio de cromos; no, no se trata de “pongo tantos megavatios de fotovoltaica y cierro el carbón”. No, la transición energética no es eso. Una verdadera transición energética debería ser ante todo un cambio cultural, un giro social en el uso de energía, apoyado en la tecnología, pero no basado exclusivamente en esta. Y ese cambio social tiene nombre y apellido: gestión de la demanda.
Como demuestra el documento de la Fundación Renovables existen numerosos campos de actuación para cambiar radicalmente la forma en que usamos la energía, reducir su uso hasta un 50% sin sacrificar el confort y desarrollo que hoy nos permite, desgraciadamente solo a un parte de la humanidad, hecho que conviene recordar cuando se ensalzan las virtudes del actual modelo basado en la combustión de fósiles y la nuclear.
Sí que apuntan los expertos en la buena dirección cuando le dan la debida importancia a la fiscalidad como herramienta fundamental para esa transición energética interiorizando los costes ambientales de cada una de las tecnologías (¡viene siendo hora de que eso sea un criterio esencial!) aunque centren excesivamente esa apuesta en el impuesto al CO2, sin duda imprescindible pero que no será suficiente si no se usan toda una serie de impuestos para “animar” el cambio de comportamientos energéticos. Pero aun así no cabe más que elogiar que se “atrevan” a presionar decididamente sobre los carburantes.
Es positivo que se aborde ampliamente la movilidad limpia, pero en este apartado se retrata la intención de los expertos (al menos de su mayoría) cuando hablan de “proporcionar un entorno adecuado y prudente”. Este frase resume el informe: cuidado no vayamos a molestar a los “perdedores de la transición” de los que hablan y que ya sabemos quiénes son. Lo trágico es que si no pierden ellos, los causantes de la situación actual, perderemos todos. Sí, transición justa sí, pero para todos.