Junio terminaba con dos anuncios muy significativos: una petrolera, Repsol, que quiere ser (además) otra cosa y una gasista, Gas Natural Fenosa, que quiere dejar de serlo … aunque solo nominalmente. Hace casi un año otra petrolera, Cepsa, al anunciar su primera inversión en un parque eólico desvelaba que tiene la intención de emplear de aquí a 2030 más de 40.000 millones de euros en “otros desarrollos y renovables”.
¿Qué está pasando? Vamos por partes. Recientemente, y casualmente (?) el mismo día, Repsol anunciaba la compra de activos (tres centrales hidroeléctricas y dos centrales térmicas de gas de ciclo combinado) y parte de la cartera de clientes de Viesgo mientras que Gas Natural Fenosa presentaba nuevo nombre, Naturgy, con la confesión explícita de querer dejar de ser percibida como una empresa exclusivamente gasista.
La petrolera, principal compañía energética de este país, señalaba que sus compras suponían dar “un paso fundamental en el cumplimiento de su hoja de ruta para la transición energética, al operar negocios con bajas emisiones y rentables a largo plazo, que encajan con su visión industrial y con su voluntad de generar nuevas oportunidades de trabajo”. Por su parte, la gasista justificaba el nuevo nombre señalando que responde a la necesidad de “adaptarse a un nuevo entorno, a un nuevo mundo” con una imagen “más sencilla y entendible”, que aspira a recoger la internacionalización de la compañía y que se reconozca que es una energética más allá del gas.
¿Podemos afirmar que las dos grandes compañías reniegan de su actividad principal? No, en absoluto. ¿Podemos hablar simplemente de ecopostureo (bendito término que nos ha sugerido Fundeu para sustituir el “greenwashing”)? No creo tampoco que sea solo es eso, no a estas alturas. Cabe señalar antes de nada que estas dos compañías han sido hasta ahora las más ajenas al proceso de cambio de modelo energético o transición energética negando su necesidad y oponiéndose a los pasos que se daban en esa dirección.
Repsol durante el largo mandato de Brufau había logrado mantenerse al margen del debate como si la relación entre cambio climático y energía, entre contaminación y energía, solo fueran cosas del sistema eléctrico, sistema que supone solo el 25% de nuestra demanda final de energía. De las emisiones de los combustibles fósiles en el sector transporte e industrial solo se hablaba en los informes científicos, pero no en la discusión política sobre el futuro de la energía. Repsol ha sido siempre demasiado grande y poderosa como para que las eléctricas osaran arañar siquiera unas migajas de esa suculenta porción del pastel energético que supone que el petróleo cubra un 50% del consumo.
Por su parte Gas Natural, convertida desde hace años en una gran eléctrica, ha sido desde dentro un freno para los cambios en el sector. Fueron Fainé y Villaseca los que de forma más contundente reclamaron, exigieron al Gobierno el frenazo y marcha atrás en el desarrollo de las renovables en este país. Ahí está la hemeroteca para demostrar la responsabilidad de la compañía en la “gesta” de sacarnos del grupo de cabeza en una forma más sostenible de generar energía y llevarnos a mitad del pelotón, detrás de países que tienen muchos menos recursos renovables que nosotros.
Vistos los antecedentes está claro que no se trata ahora de lanzar las campanas al vuelo ni mucho menos por estos cambios de estrategia e imagen. Es obvio que se trata de “tomar posiciones” en el que deben considerar ya inevitable camino de la transición energética pero en ningún caso, no seamos ingenuos, llegan para acelerar el ritmo puesto que supondría de entrada acelerar la pérdida de valor de sus principales activos. Cuesta darles la bienvenida; sí, pero podemos felicitarnos de que ese nuevo escenario que ellos siempre situaban muy lejos o que negaban hasta hace dos días ya es atractivo incluso para ellos. A lo mejor, ya lo he escrito en estas páginas, es que vamos ganando.