Nathan Haan, primer autor del estudio y profesor adjunto de la Universidad de Kentucky, subraya en un artículo publicado en Frontiers in Conservation Science sobre esta investigación la importancia de comprender cómo varían las comunidades de insectos, en particular las hormigas –que desempeñan funciones vitales como depredadoras, dispersoras de semillas e ingenieras del suelo– en paisajes dedicados a cultivos para bioenergía.
Para realizar el estudio, los investigadores examinaron diez tipos de cultivo bioenergético, incluidos cultivos anuales (maíz y dos tipos de maíz de retama), perennes sencillos como el Panicum virgatum (comúnmente conocido como pasto varilla), praderas reconstruidas y el monte bajo de rotación corta con álamos.
Los investigadores compararon el comportamiento de comunidades de hormigas pertenecientes a 22 especies en estos diferentes ecosistemas y observaron que en los ecosistemas complejos, las hormigas desempeñaban más funciones, como depredadores y dispersores de semillas, que en los sistemas más simples. También comprobaron que la composición de las comunidades de hormigas difería, y las especies más raras solo aparecían en los sistemas perennes con diversidad de plantas.
Los cultivos probados tienen diferentes ventajas y desventajas para la producción de biocombustibles, señalan los investigadores. Algunos de ellos son más productivos, pero tienen poco valor de conservación; otros, aunque menos productivos, tienen beneficios de conservación. Su conclusión es que sus hallazgos muestran la insostenibilidad inherente a depender únicamente de monocultivos para producir biocombustibles (en EEUU el 40% de maíz se destina a la producción de etanol).
“Depender de pocos cultivos altamente productivos como combustible puede provocar una pérdida de biodiversidad” concluyen los investigadores, y esperan que su estudio sirva de base para tomar mejores decisiones sobre qué cultivos se pueden utilizar para la producción sostenible de biocombustibles, dónde se cultivan y cómo se gestionan.