La agencia de noticias Inter Press Service publica un extenso artículo de opinión de José Graziano da Silva en el que llama a reconsiderar las políticas de promoción de biocarburantes en todo el mundo. Por un lado considera que es necesaria una mayor flexibilidad en la aplicación de las mismas, para conciliar alimentación con seguridad energética, y por otro reconoce que hay que “hacer más esfuerzos para aprovechar el potencial de los biocombustibles para los agricultores en contextos de escasez de alimentos y energía”. “Es una oportunidad que no se debe perder”, apostilla Da Silva.
La armonía entre seguridad energética y seguridad alimentaria se presenta clave para el director general de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en especial en un contexto en el que “es previsible que la preocupación por el incremento de los precios de los combustibles fósiles, el aumento de las facturas de importación de energía, los cambios geopolíticos y las cuestiones medioambientales como el cambio climático no desaparezcan en el corto plazo, si es que alguna vez lo hacen”. .
Obligación de mezclas para cinco o diez años
“Las políticas pueden ser más efectivas si son lo suficientemente flexibles como para contrarrestar las variaciones del mercado y responder a las cambiantes necesidades humanas”, afirma Graziano da Silva, quien recuerda que ya hay países que llevan a cabo esta flexibilidad que pueden minimizar la presión sobre los precios de los alimentos. “Por ejemplo, las directivas anuales sobre el contenido de combustible renovable podrían cubrir períodos más largos de tiempo: una opción es ajustarse a mandatos de cinco o diez años en lugar de anuales”.
También sostiene que “no se trata solo de que los regímenes existentes sean más flexibles, sino también de que las políticas sobre biocombustibles puedan ser utilizadas para generar fondos que permitan a los consumidores de alimentos de los países pobres hacer frente a los posibles efectos adversos de las subidas de los precios. Una opción podría ser la puesta en práctica de una cuota variable en los requisitos de las mezclas”. La industria de los biocarburantes no recibe habitualmente con agrado este tipo de propuestas de la FAO. El año pasado criticaron abiertamente el informe de esta organización que pide integrar la producción de biocombustibles en las políticas de seguridad alimentaria.
Jatrofa y aceite de palma necesarias para desarrollar la agricultura
El segundo gran desafío para Da Silva es aprovechar al máximo el potencial de los biocarburantes para mejorar la seguridad alimentaria. Recuerda que “en muchos países en desarrollo la falta de acceso al suministro de energía continua y asequible es el factor más importante en la limitación de la productividad agrícola y, a su vez, de la seguridad alimentaria sostenible”. En estos casos hay una carencia total de electricidad o dependencia de generadores que funcionan con combustibles fósiles caros, por lo que “la inestabilidad y los elevados costes en el suministro de energía no permiten a los agricultores mecanizar la producción e incrementar la producción de alimentos”. “Más bien pueden incluso aumentar el despilfarro y el deterioro”, concluye.
Da Silva llama al apoyo a la inversión y a la capacitación en la producción y el uso de biocombustibles para generar “beneficios año tras año”. Y concreta que “proporcionar a los campesinos diésel hecho a base de jatrofa (Jatropha curcas) o de aceite de palma podría ser una solución eficaz".