Reconozco que hay palabras que me imponen mucho respeto y algunas, hasta me producen pavor. Una de las que más me asustan: cáncer.
Como urbanita que soy y por tanto, como usuario cotidiano de la ciudad y su entorno, noticias como la que acaba de hacer pública recientemente la Organización Mundial de la Salud (OMS) no me dejan impasible, y es que la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), perteneciente a dicha organización y encargada de determinar qué sustancias son cancerígenas, ha constatado científicamente la relación causa/efecto entre la porquería que sale de los motores de gasóleo y el cáncer de pulmón y posiblemente, de vejiga.
No se trata de ser alarmista, pero sí de afrontar los hechos. Y los hechos son que durante años se ha elevado el combustible diesel a la categoría de solución ideal para reducir las emisiones de CO2, lo que ha llevado a que 7 de cada 10 vehículos que circulan por España estén propulsados por gasóleo.
Sin querer ser alarmista, ahora descubrimos que si bien el CO2 contamina, pero no mata, sí son las partículas en suspensión y los óxidos de nitrógeno que emite el gasóleo el gran enemigo a batir y dos contaminantes que convierten en inalcanzables para algunas ciudades españolas los objetivos plasmados en el Plan europeo de Calidad del Aire (40 microgramos de NOx por metro cúbico).
No se trata de ser alarmista. Lo dice también la patronal del automóvil, Anfac, que defiende que los vehículos modernos de gasóleo incorporan filtros capaces de absorber hasta un 99% de las partículas que emiten sus motores... Que digo yo desde la ignorancia más supina que poco esfuerzo supondría ya a la industria superar ese 1% para que los filtros absorban el 100% y así respiramos todos un poco más tranquilos, nunca mejor dicho.
Pero es que sin querer ser alarmista, los hechos son que tenemos un parque automovilístico más viejo que nunca y la antigüedad y el kilometraje de los coches usados están marcando máximos históricos en España, dado que en abril pasado, la edad media de este tipo de vehículos rozó los siete años y tres meses y su rodaje medio alcanzó los 99.260 kilómetros, según hizo público el observador europeo de precios que elabora la plataforma de vehículos en la red AutoScout24.
Y miren que entiendo a colectivos como Anfac, Ganvam o Faconauto, cuando las cifras de ventas del sector del automóvil en España van camino de marcar un nuevo mínimo histórico y existen campas a rebosar con vehículos diesel (también de gasolina) esperando a un potencial comprador.
Pero resulta que mi ámbito profesional está muy ligado a la movilidad eléctrica y que creo firmemente –y como yo, cada vez más profesionales y particulares– en el futuro prometedor del vehículo eléctrico, por sus muchas ventajas demostrables, especialmente en entornos urbanos, entre ellas que en su propulsión no provoca agentes cancerígenos, ergo no causa la muerte a las personas.
Resulta también que los colectivos antes mencionados llevan vapuleando y demonizando en mayor o menor medida y desde hace tiempo al vehículo eléctrico (y me temo que hasta que no se dé salida comercial a los cientos de miles de coches con motor de combustión interna que acumulan polvo a la espera de comprador, seguirá el vapuleo) y por tanto, como reza una de las canciones del “hit parade” de Pimpinela: Ahora me toca a mí.
No es cuestión de revanchas, sino de evidencias, y el anuncio de la OMS nos debe hacer reflexionar a gobiernos, empresas y particulares sobre la movilidad que queremos y sobre lo que estamos dispuestos a sacrificar con las decisiones que tomemos al respecto.
Antes de conocer el anuncio de la OMS, esta columna iba a tratar sobre el impulso que está tomando una fórmula de movilidad sostenible, el E-carsharing, como estrategia para acercar la movilidad eléctrica y los coches eléctricos al ciudadano y borrar de su pensamiento cualquier temor a la hora de decidirse por su compra.
Comenzó esta aventura del E-carsharing en el último trimestre de 2011 en ciudades como Sagunto, en Valencia, de la mano de Movus, o en Sevilla, con Cochele, y cada vez son más las iniciativas en marcha en regiones como País Vasco, con Ibilek; Galicia, con el Plan Piloto Mobega; Pamplona, con Carsharing Navarra; Cataluña, con ifRenting, e incluso Madrid, donde pioneros como Bluemove o Twizy Rent ya han traído esta fórmula a la capital. Incluso, el Ayuntamiento de Madrid está trabajando en implantar fórmulas de motosharing como motocicletas eléctricas, un servicio que Going Green y Mobecpoint ya ha puesto en marcha para hoteles en Barcelona y también ha hecho lo propio el Hotel Palacio Aiete, en Euskadi, de la mano de la firma Ecomotion.
Probablemente haya más iniciativas de este tipo que se quedan en el tintero, pero la muestra evidencia que avanzamos hacia otro modelo de movilidad en entornos urbanos donde el vehículo eléctrico cobra cada vez más importancia y que rescata de mi memoria el programa «Aire puro para Europa», conocido por sus siglas en inglés como CAFE (Clean Air For Europe), que se impulsó para combatir contra la contaminación atmosférica y en pro de la protección de la salud humana y del medio ambiente frente a sus efectos.
Pues eso..., CAFE para todos.