La Asociación Nacional de Ahorro de Energía, a mediados del pasado mes de julio, publicó un comunicado en el que criticaba duramente el proyecto de real decreto de Autoconsumo que acababa entonces de hacer público el gobierno, un RD al que calificaba “de chiste”, dado que incluía –incluye- un peaje que, en realidad, es un impuesto sobre el ahorro, una tasa sobre los kilovatios que el autoconsumidor genera en el tejado de su casa y consume instantáneamente en el frigorífico de su cocina, es decir, kilovatios que no llegan desde la red (no los adquiere en el mercado) y no van a la red (se quedan en el frigo). Pues bien, mes y medio después de aquello, los dos informes que acaban de alumbrar la Comisión Nacional de Energía (CNE) y la Comisión Nacional de la Competencia (CNC) emplean toda una batería de adjetivos a la hora de evaluar ese peaje surrealista -de respaldo- que ha ideado el gobierno. Así, entre ellos: desproporcionado, injustificado, innecesario, no razonable, discriminatorio (la Comisión Nacional de Energía emplea ese término –discriminatorio/a- hasta en 25 ocasiones en su informe) o… “disfunción grave”.
Y, ahora, la parábola
«El tío Antonio compró una parcelita hace unos años –a punto estaba entonces de jubilarse- en Valdetorres del Jarama, a unos veinte kilómetros de casa. Allí cultiva el abuelo tomates que saben a tomate y calabacines y berenjenas y pepinos y ciruelas (qué buenas también). Un día andaba el hombre allí, hace unas semanas, destripando terrones de buena mañana -con cuidado, porque no anda fino de la espalda- cuando se le acercó trajeado un munícipe con carpeta y le dijo “buenos días, mi nombre es Josema Moneo, y vengo del ayuntamiento, estoy aquí para informarle de que el consejo municipal está preparando una ordenanza según la cual, en el plazo de dos meses, tiene usted que regularizar su explotación, inscribirla en un registro y empezar a pagarle, a las distribuidoras de alimentación, un cierto peaje por tomate producido". ¿Y eso por qué?, preguntó el tío Antonio estupefacto. “Pues porque esas compañías tienen muchos gastos en materia de distribución y transporte –centros logísticos, flotas de vehículos, grandes superficies comerciales- y, claro, todo eso hay que sostenerlo, digo yo. ¿O acaso no se da cuenta usted de que cada tomate que produce, señor, es un tomate que no va a utilizar esos circuitos de distribución, un tomate que no va a adquirir usted a esas compañías, un tomate que perjudica los balances de esas entidades? ¿No le parece que está siendo usted un poco insolidario además con los consumidores que no pueden cultivar tomates?”. Llegado este punto, el tío Antonio dijo “adiós-muy-buenas” al fulano de la carpeta… y siguió a lo suyo.
De regreso a casa, poco antes de mediodía, el tío Antonio paró en la gasolinera a repostar. Y allí sucedió –menuda mañanita- lo que viene a continuación. “Buenos días”, le espetó otro sujeto con carpeta al ver que el coche de Antonio no era un vehículo particularmente convencional. “Mi nombre es Alberto Comocho, ¿con quién tengo el gusto?”. Y, hechas las presentaciones, el abuelo volvió a escuchar la cantinela: “verá usted, me veo en la obligación de informarle de que el gobierno está ultimando una ley según la cual, en el plazo de dos meses, tendrá usted que regularizar su vehículo, inscribirlo en un registro y empezar a pagarle, a las distribuidoras de combustible, un cierto peaje por litro de gasolina ahorrado”. ¿Y eso por qué?, preguntó de nuevo Antonio. “Pues porque esas compañías han hecho enormes inversiones en oleoductos, refinerías y gasolineras y, claro, todo eso hay que sostenerlo, digo yo. ¿O acaso no se da cuenta usted de que cada litro de combustible que ahorra su vehículo híbrido, señor, es un litro que no adquiere a esas compañías? ¿No le parece además que está siendo usted un poco insolidario con los conductores de vehículos convencionales?”. Llegado ese punto, el tío Antonio dijo “adiós-muy-buenas” y retomó el camino.
Una vez en casa, y dejada la cesta con los tomates en la terraza, al lado de los calabacines y las ciruelas claudias (¡qué buenas también!), el abuelo Antonio echó mano del frigorífico para trasegarse a modo de aperitivo un botellín bien merecido, que, aunque ya estamos en septiembre, en Valdetorres de Jarama sigue apretando Lorenzo por las mañanas. El caso es que, al abrir la puerta de la nevera, Antonio va y se encuentra allí a un señor hecho un ovillo –con una carpeta entre las manos- que le da los buenos días y le dice: “disculpe el sobresalto, pero me veo en la obligación de informarle de que el gobierno está ultimando una ley según la cual, en el plazo de dos meses, tendrá usted que regularizar su frigorífico, inscribirlo en un registro y empezar a pagarle, a las distribuidoras de electricidad, un cierto peaje por kilovatio hora ahorrado”. ¿Y eso por qué?, pregunta Antonio con los ojos como platos. “Pues porque esas compañías han hecho enormes inversiones en redes de distribución de electricidad y, claro, todo eso hay que sostenerlo, digo yo. ¿O acaso no se da cuenta usted de que cada kilovatio hora que ahorra su frigorífico clase A, señor, es un kWh que no adquiere a esas compañías, un no-kilovatio que perjudica los balances de esas entidades? ¿No le parece además que está siendo usted un poco insolidario con los vecinos que aún conservan sus frigoríficos de toda la vida?”.
Llegado ese punto, el tío Antonio va y dice “vayaseustéalamierda”, cierra de un portazo el frigorífico clase A y se queda pensando en el membrete que ha visto en las carpetas de aquellos tres sujetos. Dice así: Ministerio de Industria, Energía y Circo. Gobierno de España».
Nota
La propuesta de RD de autoconsumo establece un plazo de dos meses para que se registren las instalaciones de autoconsumo que ya estén en marcha en el momento de la entrada en vigor del RD. Además, el RD amenaza a quienes no atiendan los requerimientos de la administración con fuertes sanciones que van desde la supresión del suministro eléctrico hasta multas de 30 millones de euros.