En la entrevista publicada el pasado 25 de febrero en Cinco Días, el ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, le brindó a Carmen Monforte una de las joyas que acreditan su solidez intelectual. Ante la afirmación del ministro de que “hay países que están mirando al modelo de estándares de España para intentar resolver el problema que también tienen con las renovables”, pregunta oportunamente la periodista “¿Qué países?” y replica él, sereno, contundente, preciso, seguro de si mismo, pisando fuerte: “No lo sé aún”.
Ese es su principal problema: que aún no lo sabe. No sabe aún, por ejemplo, cuáles son los retos del sector energético de su país, el nuestro, pese a llevar dos años en el cargo. No sabe aún que España tiene el grado de dependencia energética más alto de Europa, sí, el más alto si incluimos –como deberíamos– la generación nuclear fruto de la combustión de un uranio que también importamos. Soria no sabe aún que la factura que pagamos por la importación de gas, petróleo y carbón constituye un lastre insoportable para la economía con un saldo negativo de más de 45.000 millones de euros que se come los ingresos por turismo de los que tanto presume.
El ministro no sabe aún que todas las medidas que ha tomado desde hace dos años para supuestamente terminar con el déficit de tarifa no han servido para nada más que para socavar en los mercados internacionales la credibilidad de España como destino de inversiones y arruinar a cientos de empresas renovables y a miles de inversores particulares. No quiere saber aún que el dinero se escapa por otro lado en el sistema eléctrico: por los “beneficios caídos del cielo” de la nuclear y la gran hidráulica (más de 2.000 millones de euros al año), por los descontrolados costes del sistema de ajuste (1.000 M€), por los pagos por capacidad a la incapacidad de los que hicieron sus ruinosas inversiones en centrales térmicas de gas (800 M€), en los injustificables pagos por interrumpibilidad (500 M€), en los pagos al transporte y a la distribución, etcétera. Sí, el ministro no lo sabe aún pero es por ahí por dónde debería buscar solución y preguntarse cómo es posible que en “un sistema al borde de la quiebra” los principales agentes pudieron tener en 2013 los beneficios que durante el mes de febrero han declarado las tres principales eléctricas, resultados que suman 5.800 millones de euros (¡aunque solo la mitad corresponda al negocio en nuestro país!) mientras que las empresas volcadas en el negocio renovable presentan cuantiosas pérdidas, como es el caso de Acciona, o directamente han ido a la quiebra.
Tampoco sabe aún el ministro que su empeño en reabrir Garoña no tiene ningún sentido puesto que: o bien las empresas propietarias hacen las inversiones requeridas para volver a operar en condiciones, lo que comprometería su viabilidad económica; o bien –como nos tememos– reducirá las exigencias en seguridad y entonces la vieja central hermana gemela de la de Fukushima se convertirá en una bomba de relojería para nuestra seguridad.
El ministro no sabe aún que los ciudadanos de Canarias y Baleares, y seguro que buena parte de los de la península, no quieren prospecciones de petróleo en sus aguas y que tampoco queremos que se abran las puertas al fracking porque esta técnica para la extracción del gas no convencional tiene unos efectos devastadores en el medio ambiente e incide en el principal error del modelo energético: quemar combustibles finitos y emisores de Gases de Efecto Invernadero.
El ministro, lamentablemente, no sabe aún, no quiere saber, que la fotovoltaica ofrece la posibilidad a los ciudadanos de convertirse en productores de la energía que consuman a un precio más bajo que el que ofrece el sistema eléctrico, tan sencillo como eso, y que el decreto que tiene preparado para el autoconsumo es el más restrictivo de todo el mundo.
El ministro no sabe aún que la nueva tarifa de la luz que prepara “su” (es una ironía) secretario de Estado ya la están rectificando hasta desde su dócil Comisión Nacional de Mercados y de la Competencia porque a la rectificación es a lo que está condenada toda improvisación.
“No lo sé aún”. Efectivamente, en estos veintisiete meses de gestión ha dejado muy claro que no conoce lo que tiene entre manos. Lamentablemente se trata de un asunto muy serio: la energía.