Ya se sabe que las eléctricas están en contra del autoconsumo. Y no se trata únicamente de que cada kWh que alguien produzca para sí mismo sea un kWh menos que se les compre, sino de la brecha que se abre en su oligopolio; sólo es cuestión de tiempo que los autoconsumidores transformen el actual mercado, vertical y centralizado, en otro más horizontal y eficiente. Para justificar su oposición y tratar de frenar el cambio, las eléctricas están usando argumentos que generan miedo y rechazo social.
Como oponerse a la producción de la propia energía equivale a cuestionar el mismísimo principio de libertad en que se basa la economía de mercado, las eléctricas mutan en inverosímiles paladines de la comunidad y construyen su tesis principal desde la perspectiva del bien común: el autoconsumidor traslada al resto de consumidores los costes fijos del sistema eléctrico que él no paga al autoconsumir.
Los costes fijos del sistema suponen algo más de la mitad del coste total y todos los abonamos puntualmente en el recibo de la luz. Según las eléctricas, cuando alguien autoconsume, sustituye una bombilla incandescente por una de LED o aplica cualquier otra medida de ahorro y eficiencia, actúa insolidariamente con el resto de la sociedad, porque carga sobre los demás los costes fijos que no paga al reducir su uso del sistema.
Los costes fijos son una bendición para las eléctricas porque les garantizan ingresos fijos, al margen del mercado. En puridad, fijos sólo deberían ser los costes que garantizan el suministro, pero incluyen conceptos que nada tienen que ver con la seguridad y, lo que es peor, no son costes reales, sino costes reconocidos, negociados por las eléctricas con unos políticos y unos técnicos que, tras su paso por el Estado, suelen encontrar acomodo laboral en ellas.
Buen ejemplo de la mamandurria de los costes fijos lo hallamos en la distribución: el pasado marzo, José Manuel Soria recortó la retribución de estas redes en 700 millones argumentando que “no tiene sentido” que cobraran 3.300 millones en 2006 y, con la misma demanda, cobraran un 40% más en 2011, hasta 5.500 millones. Nadie preguntó al Ministro por qué, si eso era así, recortaba sólo 700 millones.
Momias y sinecuras aparte, hasta las eléctricas reconocen que una buena configuración de tarifas evitaría la supuesta insolidaridad de los ahorradores de energía. En este sentido, la CNE está preparando una metodología para asignar a cada cual los costes fijos que le correspondan, cosa que debería solventar la principal pega al autoconsumo.
Ahora bien, las eléctricas-oenegés tienen más alegatos amedrentadores para que nadie haga autoconsumo. Así, afirman que, como las instalaciones pequeñas son menos eficientes desde una perspectiva económica que las grandes –no se pueden hacer economías de escala–, la implantación del autoconsumo incrementará los costes de todo el país. Y también sostienen que el autoconsumidor asume riesgo regulatorio y la posibilidad de que haya cambios retroactivos porque hay muchos factores que pueden modificar el precio de la luz respecto al que obtiene el ahorro, con lo que su inversión quizá no sea rentable en el futuro.
Al final, concluyen las eléctricas-oenegés, es mejor volver al sistema de cupos, que tan eficaz ha demostrado ser para desarrollar la tecnología fotovoltaica. Pues bien, con las incorrectas y caprichosas tarifas actuales, la CNE calcula que cada MWh fotovoltaico autoconsumido por un particular causaría una pérdida de ingresos al sistema de 64 €, pero, a la vez, generaría casi el triple de ahorro (166 €) en relación con el sistema de primas y cupos. Eso sí, con las primas y los cupos el mercado estaría acotado y no sería una amenaza tan grande para el oligopolio eléctrico.