Cuentan que a principios del siglo pasado viajaba Pío Baroja hacia Sevilla. De madrugada paró el tren en Córdoba. Don Pío leía a Soren Kierkegaard tratando de entender la angustia existencial, base de la filosofía existencialista. En esto salió el sol.
Un rayo penetró por la ventana llenando de luz y vida todo el departamento. A lo lejos aparecía el paisaje limpio de la sierra con las rrmitas al fondo. Don Pío cerró el libro arrojándolo a un rincón. Las elucubraciones del danés eran de otro contexto vital.
Esta anécdota trata de reflejar el importante cambio conceptual que supondrá el paso de energías fósiles globalizadas y transportadas a grandes distancias, a las renovables pegadas al terreno. Cuestión que todavía no forma parte del imaginario colectivo.
Es entendible que con la crisis del gas se abra un debate sobre la nuclear en países lúgubres como Finlandia, Suecia o incluso Alemania (a este país Putin le ha cambiado el paso y puede dar una sorpresa en el tema nuclear). Pero debería chocar en nuestro país, donde gozamos de abundante sol, agua y viento que nos deberían liberar del pesado y recurrente cheque energético.
Ciertamente las nucleares funcionan con una magnífica disponibilidad. Pero, además de sus problemas medioambientales y armamentísticos, la concentración de potencia las hace vulnerables ante eventos naturales como tsunamis (Fukushima) ataques terroristas, bélicos (Ucrania) o de gestión (Three Miles Island; Chernóbil).
Las renovables son resilientes por estar distribuidas en el territorio. Además, una estructura adecuada del parque generador daría una magnífica garantía de suministro.
El conjunto de la solar y la hidráulica podrían formar la gran viga maestra de la futura generación del mercado ibérico de la energía. Pues ambas son almacenables (sí, la solar en su modalidad termosolar produce calor que es almacenable), climatológicamente complementarias y se manifiestan siguiendo claras pautas diarias y/o estacionales.
Para ello en las horas sin sol y a falta de viento, la barata fotovoltaica sería suplida por la termosolar almacenada. La hidráulica daría el almacenamiento estacional y con el bombeo contribuiría al ajuste diario y horario.
Las turbinas y ciclos combinados de hidrógeno, obtenido de producciones marginales de eólica y fotovoltaica, harían el resto. Tendríamos así un mix muy económico y de gran fiabilidad.
Para hacer esto realidad la termosolar tiene que desarrollar su gran potencial en cuatro aspectos base: tecnológico, financiero, de modularidad y de cadena de suministros. Lo que implica una acción clave con la que ¡intervenir de manera decidida ya!
Nuestro Miteco debería hacer un gran esfuerzo enfocado a este tema, con ayudas y aporte tecnológico del Ciemat coordinando empresas y organismos con base tecnológica, a imagen del Department of Energy (DOE) de EEUU. Que ya en 2011 fijó como objetivo para la termosolar con almacenamiento, llevar el coste (LCOE) a 50 $/MWh en 2050, con hitos cada 10 años. El de 2020 se consiguió en 2017 y se ha publicado que ya se ha alcanzado el 50% del de 2030. Esto se ha logrado en base a un ciclo supercrítico de CO2 (sCO2) con una turbina de GE que trabaja a 700º C y por el claro apoyo con subvenciones y exenciones fiscales.
Aún más, con el poder que le dan las subastas, sobre todo si estuviesen reforzadas con pactos de Estado, el Miteco podría comprometer ya importantes cupos de termosolar con un calendario a 2050. Esto alentaría esfuerzos en la creación de una potente cadena de suministros con componentes modulares. Además, una secuencia de realizaciones exitosas crearía confianza, reduciendo el coste de financiación.
El almacenamiento energético es el complemento necesario de las renovables. Dejemos las baterías para los coches y el autoconsumo.
Lo tenemos ahí, en el sol. No nos dejemos cegar por él para meternos en el tenebroso mundo de las nucleares.
Creemos un gran país para nuestros nietos.