En los años 80 tuve mi primera experiencia con las sequías. Entonces faltaba capacidad de interconexión eléctrica y un fallo de la central térmica Bahía de Algeciras, de la que era responsable, dejaba sin suministro eléctrico a Andalucía. Las grandes industrias de la zona del Campo de Gibraltar nos agrupamos para concienciar a las autoridades, las cuales nos tacharon inicialmente de alarmistas. Al final hicimos pozos en tierra para abastecernos con cisternas y embarcaderos de pilotes para descargar por tubería agua traída en barcos desde Ceuta. Con eso nos valió. Y la sequía pasó.
En los 90 vino la siguiente gran sequía. En esta ocasión estudiamos el suministro de agua potable a Cádiz, Málaga y Almería, mediante desaladoras multiefecto acopladas a las turbinas de nuestras centrales térmicas, ubicadas en dichas capitales. Y la sequía pasó.
Pero ahora se trata de un presente y un futuro con déficit hídrico permanente, y sequías cada vez más recurrentes. Esto puede llegar a hacer saltar los equilibrios sociales y vaciar, aún más, las zonas rurales.
Es un alivio que estemos en la UE y que los países integrantes firmaran el Acuerdo de Paris 2015. Este compromiso consagró un proyecto con visión a 2050. Nunca en la historia un conjunto tan numeroso de países perfiló una meta tan ambiciosa y lejana, en un tema tan capital como es la energía.
La consecución del objetivo pivota sobre las renovables, que nos pueden salvar de los efectos de las sequías. Porque agua y electricidad están interconectados y se valorizan entre sí. Elevando agua a embalses se transforma electricidad no gestionable en gestionable; filtrando agua en membranas osmóticas, se convierte agua no apta para su consumo en apta para ello.
Pero, además, las energías renovables son muy baratas y su alternancia da ventajas económicas para desalar agua si esta se combina con bombeo. Es la desalación con bombeo con la que se pueden obtener kilómetros cúbicos de agua a precios bajos. Incluso también se pueden realizar trasvases entre cuencas invirtiendo el paradigma actual. Pues el pozo inagotable de agua está en el mar y no en el interior.
Para eso podemos aprovechar las ventajas que ofrece el reducido precio de las renovables y el uso del almacenamiento en el cambiante Mercado Ibérico Eléctrico que viene.
El agua desalada con este sistema puede ofrecerse a precios competitivos para uso agrícola. Tanto para el olivar como en cítricos, frutales y por supuesto hortalizas. Para ello es necesario que el sistema de desalación sea realizado con planificación esmerada, diseño modular, ingeniería milimétrica en la construcción, aprovechando el efecto escala en la adquisición, operando las plantas con la máxima utilización y con un coste mínimo de la electricidad.
Esto hay que empezar a hacerlo ya.
Porque ¿cuál es el daño causado a escala nacional por la falta de agua prolongada en el comercio, turismo, industria, espacios naturales…?
Aquí el “coste (daño) del agua dejada de suministrar” se dispara asintóticamente. Por ello, igual que a los bancos se les obliga a tener un porcentaje de capital propio para hacerlos resilientes a los vaivenes de la economía, en el tema hídrico también hay que fijar un porcentaje de suministro que no dependa de la casuística de la pluviometría y que, en circunstancias normales, sirva para proporcionar riqueza. Esto lo da la desalación con bombeo.
Pero para emprender esto necesitamos políticos comprometidos no solo con el presente, sino también y especialmente en los momentos actuales, con el futuro del país. Que consensúen con la oposición, pues un plan de esta envergadura ocupa varias legislaturas.
De esta forma, ya que nuestros sucesores heredarán una abultada deuda, a cambio les dejaremos un país próspero y con el problema hídrico resuelto o, al menos, encarrilado. Pero para para eso hace falta que los ciudadanos sepan discernir entre el compromiso y el populismo de los candidatos, y después voten en consecuencia.