La investigación, publicada en Nature Communications y de la que informa The Conversation, explota la naturaleza porosa de los ladrillos rojos cocidos, convirtiendo el pigmento rojo en un plástico llamado Pedot que es muy buen conductor de la electricidad. Primero disuelven con un ácido el óxido de hierro (el ingrediente que proporciona al ladrillo su color característico) y lo convierten en una forma reactiva de hierro, y luego llenan la estructura porosa con un material a base de azufre que reacciona con el hierro. Así los poros quedan recubiertos de Pedot, que funciona como una fibra eléctrica dentro de la cerámica aislante.
Todo este proceso hace que los ladrillos muten del rojo al azul oscuro y proporcionen suficiente electricidad para alimentar pequeñas luces LEDs. Unos 60 ladrillos de tamaño habitual podrían proveer la corriente para la iluminación de emergencia durante 50 minutos y tardarían 13 minutos en recargarse. Esta forma de almacenamiento es, además, compatible con los paneles solares y otras fuentes de energía.
De momento, su densidad de energía es solo el 1% de la de las baterías de iones de litio, según indica Julio D´Arcy, miembro del equipo investigador. El objetivo de los investigadores es multiplicarla por diez añadiendo materiales como óxidos metálicos para almacenar más carga en el ladrillo y lograr, finalmente, igualar la densidad de energía de las baterías de iones de litio. "Si lo logramos, esta tecnología sería mucho más barata que la de las baterías de iones de litio", indica D´Arcy.
Otra ventaja de estos "superladrillos" es que pueden ser cargados y recargados muchas más veces que las baterías antes de perder su capacidad de almacenar electricidad. Una pared compuesta de los ladrillos modificados puede recargarse 10.000 veces manteniendo el 90 % de su capacidad energética. Protegiéndolos con resina epoxi, los ladrillos pueden incluso operar bajo el agua.
Por supuesto, queda mucho camino para llegar hasta allí. Pero el camino está abierto.