El ingeniero cuenta con su propia empresa (Lade As) para desarrollar el barco y ha patentado la tecnología Vindskip –(barco de viento en noruego)–, que está optimizada, según explica en su página web, para que el carguero aproveche de manera óptima la energía eólica. Para ello cuenta con el apoyo del Centro Fraunhofer de Logística y Servicios Marítimos (CML), donde han desarrollado un software específico que calcula la ruta más adecuada para optimizar el uso del viento y conseguir la mayor velocidad posible, evitando, al mismo tiempo, tormentas y otros fenómenos adversos.
Vindskip no es precisamente pequeño, todo lo contrario: se trata una nave de gran envergadura, de 46 metros de altura. Ese enorme casco es el encargado de recoger el viento y convertirlo en la fuerza motriz que impulsará el buque, que irá también equipado con maquinara de propulsión a gas natural licuado (GNL) para ayudar en las maniobras en alta mar y mantener una velocidad constante en pasajes de poco viento.
De acuerdo con Lange, el buque podrá navegar a una velocidad máxima de 18-19 nudos, comparable a la velocidad de los buques de propulsión convencional, con la gran ventaja –explica el ingeniero– de que su barco “necesita un 60 por ciento menos de combustible y libera un 80 por ciento menos de emisiones”.
“En 2019 zarpamos”, añade confiado Terje Lade. Pero diseñar una nave es una cosa y construirla otra, y no todo el mundo cree que Vindskip vaya a poder surcar tan pronto las principales rutas comerciales, entre otras razones porque todavía no hay datos definitivos sobre los costes de construcción y operación de la nave.
A favor de Lade está, sin embargo, el hecho de que las navieras están obligadas a buscar alternativas de transporte más limpias ante las restricciones medioambientales que se van aprobando. Por ejemplo, a partir 2020 los buques no podrán navegar por determinadas zonas con un combustible que contenga más del 0,1% en azufre, sustancia que contamina el ecosistema y a los animales marinos.