La volatilidad de los precios del petróleo ha provocado que suban un 50% en menos de tres meses. Los precios a 40 dólares el barril han durado semanas y ya rozan los 70 dólares. Nadie sabe cómo seguirán evolucionando. Arabia Saudita ha decidido utilizar el petróleo como arma de su política exterior. Los efectos, como las guerras, son imprevisibles. Las reservas de las grandes petroleras por nuevos yacimientos o exploraciones han descendido un 24% en 2014 y la producción de petróleo de esquisto en EEUU ha comenzado a caer.
El Gobierno basa la recuperación en la política de compra de deuda por el BCE y en el descenso de los precios del petróleo. La primera se acaba en 2016 y la segunda es una hipoteca para el país. El coste de las importaciones de hidrocarburos se ha mantenido en el entorno del 4% del PIB. Los únicos ahorros han sido producidos por el descenso de los precios en los últimos trimestres.
La dependencia energética es el primer coste de nuestra economía. Equivale a un rescate bancario cada año. Afecta directamente al crecimiento y al empleo por la pérdida de riqueza nacional que se transfiere al exterior y los precios elevados de la energía para empresas y hogares. Lo peor es que ese coste se impone desde el exterior.
Una política racional sería sustituir la dependencia de los hidrocarburos a través de la eficiencia energética para ahorrar gas y petróleo, que es lo que podemos controlar. Pero la paradoja energética de la recesión española es que con caídas del PIB y de la demanda energética se han incrementado las importaciones de hidrocarburos y cuando descienden los precios del petróleo se incrementa su consumo.
En 2015 España ha alcanzado el record histórico en compras de crudo y en el segundo semestre de 2014 volvieron al nivel de 2006. Se ha perdido la oportunidad de liberarnos de la hipoteca de la dependencia energética y de recuperar algo de la soberanía perdida. España no posee reservas significativas de hidrocarburos convencionales y no convencionales. Viendo los informes de la Agencia de Información Energética del Gobierno de EEUU se comprende que basar el crecimiento económico en el impulso a los hidrocarburos es una equivocación.
La reforma energética se ha basado en incentivar el mayor consumo de gas y petróleo. A la reciente Ley de hidrocarburos para facilitar el fracking le han precedido planes para apoyar la penetración del gas en el transporte y en los edificios como energía más higiénica y limpia, peajes para hacer inviables las inversiones en ahorro o nuevas interconexiones gasistas para aumentar la dependencia energética.
Se ha votado contra la Directiva de eficiencia energética con el argumento de que mayores objetivos de ahorro de energía son un obstáculo para la recuperación de la economía. Esta es la justificación del Plan Nacional de Acción de Eficiencia Energética 2014-2020 enviado a Bruselas.
El rechazo al ahorro de energía solo se explica porque el verdadero objeto de la reforma es el sostenimiento económico de una oferta sobredimensionada de hidrocarburos en el mix energético que hay que consumir o vender. La dependencia energética se realimenta por una política interesada y peligrosa. El recurso de las petroleras contra su contribución al Fondo Nacional de Eficiencia Energética, calificando las obligaciones de ahorro que impone Europa como una locura, es el mundo al revés.
La locura es hacer depender la recuperación económica de la mayor dependencia energética. Es un riesgo para la seguridad del país. Además es injusto, porque los costes incontrolables de las importaciones energéticas no se pagan con los beneficios o dividendos de las empresas energéticas sino con precios más elevados de la energía.