Ayer fue un mal día para el primer ministro David Cameron. Algunos parlamentarios torys rebeldes del ala más conservadora se unieron a los laboristas para pedir al Gobierno que exija a la Unión Europea un recorte en los presupuestos comunitarios. Y ganaron la votación en la Cámara de los Comunes.
Probablemente el propio Cameron piensa lo mismo porque ya había criticado el aumento del 5% anunciado por Bruselas para el periodo 2014–2020. Pero por aquello de los equilibrios que hay que hacer con la política comunitaria Cameron se conformaba con exigir la congelación de ese presupuesto, no una rebaja como piden los laboristas. “Si hemos recortado nuestro propio presupuesto para sanidad, educación o transporte, ¿cómo vamos a aumentar el de la Unión Europea”, se preguntaba el líder laborista Ed Miliband.
Lo que ha pasado con la eólica también tiene mucho que ver con los enredos políticos. En este caso, en la coalición de gobierno entre los liberales demócratas de Nick Clegg y los conservadores. El ministro Hayes dijo hace dos días en el Daily Mail, que el país “está salpicado de aerogeneradores y que ya es suficiente. No podemos seguir imponiendo parques eólicos a las comunidades locales”.
Ayer saltó a la palestra el secretario de Energía, Ed Davey, liberal demócrata, que en este país tiene mayores atribuciones que el ministro. “Yo estoy al cargo”. Y ha criticado abiertamente las declaraciones de Hayes “que van en contra de la política energética del gobierno que piensa cubrir el 30% de la electricidad con renovables en 2020”. Según Davey, “la eólica terrestre es una de las renovables más baratas, lo que nos ha permitido recortar las ayudas que recibe. Y tiene un importante papel que jugar en nuestro futuro energético”.
La polémica tiene que ver con algunos cambios recientes. En septiembre, y por sorpresa según la mayoría de analistas, John Hayes relevó en el cargo al también conservador Charles Hendry, y convencido defensor de las renovables. Un cambio que puso en alerta a empresas e inversores del sector de las energías limpias, conocedores del rechazo de Hayes hacia la eólica.
Para muchos, ese cambio estaba orquestado por los intereses de la industria nuclear, justo ahora que se última el marco de apoyo para la construcción de nuevas centrales. Lo que puede explicar el encaje de tanto embrollo. Hasta es posible que las disputas públicas entre los miembros del gobierno de Cameron sean solo un riesgo medido y aceptado dentro de una estrategia que, cuando menos, ya ha surtido efecto. Porque las dudas sobre el futuro de la eólica en el Reino Unido, uno de los mercados más prometedores, están ahí. Por más que Ed Davey diga lo contrario.